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viernes, 28 de octubre de 2011

El dualismo antropológico de Platón y las tres partes del alma

La base de la concepción platónica del ser humano es su dualismo alma-cuerpo. En el Fedón (66c), un diálogo anterior a la República, Platón concibe al ser humano como un ser racional gracias a su alma. El alma es inmortal porque se trata de una realidad simple, que como el Ser de Parménides, no puede ser destruida (en el sentido de que no puede descomponerse en elementos más simples, al contrario que el cuerpo).

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Sin embargo, en la República (y en el mito del carro alado que aparece en el Fedro), Platón sostiene que el alma tiene tres partes: racional, irascible y apetitiva. ¿Cómo es que Platón parece estar contradiciéndose a sí mismo, defendiendo que el alma es una entidad simple y que tiene tres partes? ¿Qué necesidad tiene de establecer la distinción entre tres partes en el alma?

El dualismo alma-cuerpo que aparece en el Fedón representa la herencia socrática del intelectualismo moral: la conducta buena solo puede proceder de la sabiduría, y esta del control racional de las pasiones e impulsos que tienen su origen en el cuerpo (ver las entradas sobre Prudencia y conocimiento I y II). También, la noción de un alma inmortal hace referencia a la religión pitagórica y al ideal de purificación que dicha doctrina recomendaba.

En dicha obra, Platón identifica el alma con la capacidad racional, en ella reside la virtud (no en la posición social o en la excelencia natural, como era habitual considerar a la aristocracia de la época arcaica), que queda interiorizada en el individuo desde la mencionada influencia de su maestro Sócrates. Al alma le corresponde el control de los apetitos que proceden del cuerpo.

En las obras posteriores, especialmente en la República, no parece adecuado atribuir al cuerpo los deseos, los instintos y las pasiones, ya que no se trata de movimientos corporales sino de fenómenos psíquicos que nos mueven a actuar de determinada manera. Estos elementos se trasladan por lo tanto a una parte del alma, la apetitiva o concupiscible. A partir de ahí, se hace necesario explicar qué relación guarda esta parte del alma con su naturaleza fundamentalmente racional. Platón se basa en el siguiente argumento.

1) El conflicto moral es un fenómeno que se da en el alma humana y es necesario reconocer su existencia y explicarlo.

Un conflicto moral se da en el alma humana cuando se ve impelida o influida por dos fuerzas contrapuestas: lo que dicta nuestra razón y lo que dictan nuestros impulsos o nuestros apetitos. Cuando lo racional es que estudie esta tarde filosofía para preparar el examen de la semana que viene pero, en el mismo momento, siento la atracción de pasar la tarde saliendo con mis amigos o jugando al parchís, me encuentro en una situación de conflicto moral. Mi decisión se ve obstaculizada por verme influido por dos fuerzas opuestas e incompatibles: una racional y otra irracional.

En sus obras anteriores a la República, Platón atribuye la fuerza de los impulsos y los apetitos al cuerpo, pero en esta obra no parece correcta o adecuada dicha atribución, ya que dichos impulsos y apetitos son fenómenos psicológicos y no movimientos corporales. Así que es el alma la que se ve directamente influida por dichos apetitos, aunque su influencia sea debida a que el alma se encuentra encarcelada en un cuerpo material.



2) La aceptación del Principio de No-Contradicción (PNC), de Parménides.

Platón sigue a Parménides en su estricta lógica, aplicando el PNC: aceptar que una misma cosa tiene una característica y su opuesto, a la vez, supone una contradicción que va en contra de todo lo concebible. En el caso del conflicto moral, nos encontramos precisamente en esa tesitura, ya que el alma está siendo, a la vez, racional e irracional. Esto es completamente inaceptable.



3) Luego: el alma ha de tener distintas partes.

Para cumplir con las premisas anteriores, es necesario concluir que no puede ser la misma cosa la que quiere estudiar y la que no quiere estudiar, la que es racional e irracional, a la vez. Es necesario, pues, concluir que alma tiene al menos dos partes distintas. Así, se distingue la parte apetitiva del alma como aquella en la que se produce la influencia de lo corporal, la influencia de la materia en el alma, en la forma de apetitos, instintos, impulsos, deseos, etc. La otra parte del alma, la parte racional, es la que se encarga de dominar a los institntos y los impulsos, la que permite el conocimento universal y la conducta buena (de acuerdo con el intelectualismo moral de Sócrates).

A estas dos partes del alma, Platón añade una tercera: el ánimo, la parte irascible. Este tercer elemento tiene que ver con la decisión y coraje. Cuando la razón y el apetito entran en conflicto, hay una fuerza interior que decide el conflicto a favor de la razón y que causa la ira cuando la razón cede en favor de los apetitos. Así, son tres las partes del alma: razón, ánimo y apetito, de acuerdo con la doctrina de la República.

Merece la pena señalar que el conflicto moral solo puede darse en el alma cuando está retenida en su cárcel corporal material,  pero no cuando se libera del cuerpo. Cuando el alma se encuentra en su estado "natural" (la unión con el cuerpo sería un estado temporal y antinatural) el alma retiene su naturaleza simple, no se verá tentada por lo irracional a hacer lo incorrecto, sino que al estar en contacto con las ideas su naturaleza racional captará el Bien directamente, sin ser obstaculizada ni contaminada por lo material. Por lo tanto, Platón salva la contradicción arriba mencionada y, de paso, da una explicación coherente al fenómeno psicológico del conflicto moral.

En el Fedro también aparece esta división tripartita del alma, a través del mito que compara el alma con un carro alado compuesto por el auriga (la razón) y dos caballos, uno blanco (ánimo) y uno negro e indócil (apetitos).

Reconocer estas tres partes del alma permite a Platón establecer un paralelismo perfecto entre ésta y el Estado. Este paralelismo le permite sostener que la justicia es la misma tanto en el individuo como en el Estado. La diferencia es meramente de escala: la justicia vista en letras grandes se da en el Estado, en letras pequeñas se da en el alma. Pronto explicaremos este paralelismo.

viernes, 30 de septiembre de 2011

La ciudadanía socrática

Sócrates fue el primer pensador occidental cuya vida y muerte permiten relacionar los conceptos de filosofía y de ciudadanía (los mismos que sirven para denominar la materia del primer curso de Bachillerato). Reflexiona sobre su figura y responde a las cuestiones al final del texto.

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Una de las más importantes filósofas actuales, la profesora Martha C. Nussbaum, usa esta relación de filosofía y ciudadanía en la figura del Sócrates histórico para defender un modelo educativo que no duda en llamar "educación socrática", en su obra El cultivo de la humanidad, de 1996. En una obra más reciente, Not for profit (2010) (traducida como Sin fines de lucro), la profesora defiende la educación socrática como una cuestión necesaria para superar la crisis más urgente que afronta nuestra sociedad: no la crisis económica sino la crisis de los propios valores de la convivencia democrática. (Una crisis de la democracia cuyos efectos podemos sentir ya en el tipo de propuestas y de medidas que se imponen a los ciudadanos para abordar una crisis económica que ahoga a las víctimas y premia con más beneficios económicos a los responsables).

¿Qué tiene la figura de Sócrates, como ciudadano y como filósofo, que la hace un ejemplo democrático para una de las filósofas más influyentes en nuestra época, unos 2500 años más tarde?

En el diálogo platónico de la Apología de Sócrates,  el personaje de Sócrates se define a sí mismo como un tábano que aguijonea el lomo de un noble pero perezoso caballo (30e - 31a). Un ciudadano como él es útil para la democracia, sostiene Sócrates, porque despierta a sus conciudadanos de la pereza que supone vivir conforme a las tradiciones, a las normas y a las creencias recibidas acríticamente y sin reflexión. El símil del tábano es tremendamente acertado y expresivo (Platón muestra aquí su grandeza literaria). El aguijón obliga a moverse del sitio al caballo y eso es bueno para él (contra su pereza); pero, a la vez, resulta doloroso y es capaz de crear resentimiento, de que sea visto como una amenaza, un peligro, etc. La actividad aguijoneadora de Sócrates fue juzgada así por sus conciudadanos y Atenas lo condenó a muerte por impiedad (por faltar a los dioses de la ciudad) y por corromper a la juventud.

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Sócrates abordaba a los atenienses cuestionando todo aquello que habían creído y aceptaban sin el menor resquicio para la duda: qué es la justicia, cómo podemos confiar en la tradición (los poetas) que nos habla de lo que piensan los dioses y de sus motivos caprichosos para actuar, qué es una vida virtuosa, etc. Los ciudadanos no recibían bien este cuestionamiento de sus creencias, costumbres y normas más arraigadas. Sócrates les mostraba que sus decisiones más importantes, en lo personal y en lo político, eran fruto de una mera aceptación pasiva de lo convencional, que sus vidas habían sido modeladas por dichas normas y creencias, y que realmente no eran dueños de sí mismos, sino de la superstición y de la pereza a la que les había llevado una educación tradicional. El aguijón de Sócrates los llevaba a cuestionarse si no había otra manera de hacer las cosas y a examinar cuáles de sus creencias eran dignas de guiar sus propias vidas, también en lo personal y en lo político, y cuáles era necesario rechazar.

Cuando compara la democracia con un noble pero perezoso caballo, Sócrates reconoce que, en su mayor parte, las normas y las creencias convencionales están bien encaminadas (por eso el caballo es noble). Sócrates creía un deber fundamental cumplir con las leyes de la ciudad, aunque esas mismas leyes vayan en contra del propio interés personal. Aceptó la sentencia a muerte a pesar de que algunos amigos le ofrecieron la oportunidad de huir justo la noche antes de su ejecución. El problema serio es la pereza del pensamiento que caracteriza a los ciudadanos de las democracias, su tendencia cómoda a ir por la vida sin pensar sobre otras posibilidades y razones. Unos ciudadanos acríticos, para los que el examen y la reflexión sobre sus vidas supone un esfuerzo que ellos mismos perciben como innecesario, serán unos ciudadanos dóciles y fácilmente manipulables por todo aquel que sea capaz de hacerse oír por el conjunto de la ciudadanía (políticos profesionales, medios de comunicación, grupos de interés, grandes empresas, etc.). Serán unos ciudadanos que, no siendo dueños de sí mismos, vivirán como esclavos sin saberlo.

CUESTIONES.

1) ¿Qué es ser un buen ciudadano, para Sócrates?

2) Reflexiona sobre lo que provoca la pereza en los ciudadanos. ¿Qué tipo de creencias solemos aceptar acríticamente los ciudadanos? ¿Qué actividades o costumbres crees que realizan los ciudadanos por ser meramente convencionales, sin plantearse por qué las realizan?

3) ¿Qué ocurre en nuestra sociedad con aquellas personas cuya conducta o cuyas creencias se alejan de lo convencional?

4) ¿Cuáles pueden ser las fuentes de la manipulación de los ciudadanos en nuestra sociedad democrática? Pon algún ejemplo.

5) ¿Qué utilidad puede tener la filosofía en las sociedades democráticas? Razona tu respuesta.

domingo, 3 de julio de 2011

Prudencia y conocimiento (II): Aristóteles y la atención a lo particular

(¿Vienes de la entrada anterior? Pásate antes por ella).



Al discípulo de Platón, Aristóteles, le llega la hora de enfrentarse a su maestro, Platón. El dedo de Platón, esta vez en la pintura de Rafael, sigue apuntando en la misma dirección que el de su maestro, Sócrates, hacia ese mundo de principios eternos que rigen la realidad y que también indican el camino hacia la virtud en la vida humana: el ascetismo del sabio, la vida dedicada al conocimiento y la purificación de todo lo que hay de sensible, corporal, corruptible y temporal en la vida humana. Una vida sin examen no merece la pena ser vivida, diría Sócrates.

En el mismo pasaje citado en la entrada anterior, Aristóteles insiste con fuerza en que la prudencia no puede ser identificada con el conocimiento científico. La habilidad práctica para juzgar y decidir la acción correcta y los fines de la vida humana no consiste en aplicar una serie de principios fijos, eternos, a cada situación y a cada persona, sino que la prudencia consiste en ajustar la acción y nuestras decisiones a la situación concreta que se plantea. Lo que es bueno para A puede ser malo para B. Beber agua puede ser bueno para calmar la sed pero también puede resultar fatal para aquel que padece hidropesía. Mentir puede ser malo generalmente, pero también puede ser moralmente obligatorio si alguien con una pistola en la mano me pregunta dónde está otra persona para matarla. El juicio moral correcto y la acción moral es siempre relativa a las personas y a las circunstancias particulares, para Aristóteles. En ética, no sirven las fórmulas generales sino la habilidad de la persona prudente que sabe elegir y juzgar en cada situación concreta.



A diferencia de la prudencia, el conocimiento científico intenta explicar los fenómenos particulares por medio de leyes generales. Así, la caída de esta piedra concreta se explica gracias a las Leyes de Newton sobre la gravitación universal. Una vez que hemos descubierto una ley de la naturaleza, ya tenemos ahí un instrumento capaz de explicar un conjunto potencialmente infinito de fenómenos particulares (cualquier caída de cualquier cuerpo que se esté produciendo, que se haya producido o que se vaya a producir en el futuro).

Sin embargo, Aristóteles nos dice que en el caso de la conducta moral humana, no podemos llegar a este tipo de leyes. Si así fuera, tendríamos un conjunto de normas y leyes para la conducta que nos serviría a los seres humanos para saber cómo debemos actuar en cualquier momento. Pero esto no puede ser así en una vida humana. Las normas morales, las leyes y los principios que rigen nuestra conducta no son del mismo tipo que las leyes y los principios que rigen la naturaleza. Los seres humanos no podemos fiar nuestra vida ni responder en cada situación que la vida nos plantea con unas normas universales e inamovibles. Los seres humanos debemos saber qué es lo adecuado para cada uno y en cada ocasión. Por eso el término medio que escoge la persona prudente en su acción es siempre relativo, y no un término fijo, un punto fijo sobre el que orientar nuestra conducta moral. Mentir puede ser algo incorrecto o malo en general, pero puede ser que para una persona concreta de carne y hueso, en unas circunstancias particulares y concretas, lo correcto y lo moralmente bueno sea precisamente mentir. Si los agentes nazis persiguen a mi amigo para secuestrarlo y matarlo, yo estaría moralmente obligado a no revelar su paradero incluso si para ello tuviese que mentir.


 Al igual que Platón, Aristóteles está interesado en la cuestión de cómo deberíamos vivir en tanto que seres humanos, la cuestión fundamental de la ética. Pero, para Aristóteles, el supuesto conocimiento platónico de unos principios para la acción no es propio de la vida humana (quizás sí sea propio de los dioses). No hay recetas mágicas para tomar decisiones ni para conseguir la felicidad, el bien último de la vida humana. Actuar de acuerdo con la virtud no puede depender del conocimiento de unos principios separados de la vida humana, que es finita, y de las acciones humanas, que son concretas, que se realizan en un contexto y por unas personas concretas, de carne y hueso. El valor de la acción humana (lo que la hace buena o mala, correcta o incorrecta) ha de encontrarse en la propia acción, no fuera de ella. El valor de la vida humana, lo que la hace una vida que merezca la pena ser vivida, ha de encontrarse en la particularidad y en las capacidades propias del ser humano. La razón, como aquella capacidad que distingue al ser humano de cualquier otro ser, y su desarrollo es lo que hace que una vida se desarrolle como vida humana, feliz.

viernes, 1 de julio de 2011

Prudencia y conocimiento (I): Platón vs. Aristóteles en el conocimiento del bien y el valor

Para Aristóteles, la prudencia es la sabiduría práctica de aquella persona que es habilidosa al deliberar, juzgar y orientar su acción  conforme a la virtud y con vistas al fin último de toda vida humana: la felicidad (ver Ética a Nicómaco, VI, 4). La persona prudente es capaz de escoger el término medio (entre el exceso y el defecto) adecuado a cada persona y a cada circunstancia concreta. La acción correcta, virtuosa, será aquella que se ajuste a este criterio. Escoger este término medio es una tarea que requiere el concurso de la razón, requiere sopesar las características concretas de la acción que se va a realizar, de las personas afectadas por dicha acción, deliberar sobre los medios, las consecuencias, etc... en definitiva, encontrar las razones adecuadas que justifiquen nuestra acción.

Imagen de: http://www.biografiasyvidas.com/monografia/aristoteles/
Pero, ¿en qué consiste esta sabiduría práctica? ¿Qué debe conseguir una persona para ser prudente? ¿Acumular conocimientos? ¿Forjarse un carácter, unas características propias de su persona?

Platón y su maestro, Sócrates (en tanto que representantes del intelectualismo moral) tenían claro que el hombre virtuoso solo podía ser aquel que poseyera conocimiento: el mal solo podía ser fruto de la ignorancia. De modo que, para ser virtuoso, el ser humano debía tener una vida dedicada a conocer los principios que hacen de la vida humana una vida virtuosa y que permiten conocer el bien en las acciones. Para estos autores, actuar bien consiste en ajustarse a dichos principios en la práctica. Conocer el valor y el bien es lo que permite guiar nuestra conducta hacia la virtud. El bien y el valor son vistos pues como puntos fijos a partir de los cuales orientar nuestra conducta. El ignorante de dichos puntos estará desorientado y, por ello, actuará mal.

Imagen de: http://enunmundodescomunal.blogspot.com/2011/02/es-posible-obrar-el-mal-cuando-se.html


Esta idea platónica y socrática de los principios morales acerca mucho la ética al conocimiento científico: de la misma manera que el ser humano aspira a descubrir los principios que rigen en la naturaleza, también deberíamos poder aspirar a descubrir los principios que han de guiar la vida humana. La ética es una especie de episteme, volcada en la acción humana. El conocimiento auténtico de la realidad (a diferencia de la mera opinión), la episteme, solo puede ser conocimiento de los auténticos principios de la naturaleza o realidad. Análogamente, actuar bien solo puede venir acompañado de un auténtico conocimiento de los principios de la acción virtuosa (y no del engaño o la persuasión de los sofistas, para quienes dichos principios son siempre relativos a los intereses egoístas o a la voluntad de dominio de unos seres humanos sobre otros). El gesto de Sócrates en la pintura de Jacques Louis David (La muerte de Sócrates) es un símbolo de su propia doctrina moral (intelectualismo moral). Sócrates señala en la pintura que los principios de la acción humana están en el lugar elevado donde se encuentran todos los principios del conocimiento (las llamadas ideas), un lugar solo reservado a aquel capaz de elevarse sobre las meras opiniones y el engañoso mundo de las apariencias, un mundo al que solo el sabio tiene acceso.

Aristóteles, con su concepción de la sabiduría práctica, rechazará por completo esta identificación de la virtud con el conocimiento científico. (Continúa en la siguiente entrada del blog).